Hasta hace poco, hablar de inteligencia artificial (IA) sonaba a ciencia ficción. Muchos la asociaban con robots de película o con ordenadores capaces de ganar al ajedrez. Sin embargo, en apenas una década, la IA ha pasado de los laboratorios a estar presente en casi todos los aspectos de nuestra vida diaria: desde las recomendaciones de series en Netflix o los filtros de fotos en el móvil, hasta las operaciones bancarias o los diagnósticos médicos. Este crecimiento vertiginoso no ha sido casualidad. Se ha apoyado en tres pilares fundamentales:
Según la Universidad de Stanford, la capacidad de los sistemas de IA para analizar información se ha multiplicado por más de 600 desde 2012, mientras que el coste de entrenarlos ha disminuido drásticamente. Esta combinación de potencia y bajo coste ha permitido que la IA se convierta en un motor económico global.
Una revolución comparable a la electricidad
Los expertos comparan el impacto de la IA con el de la llegada de la electricidad. Si esta transformó la industria y la vida doméstica a comienzos del siglo XX, la inteligencia artificial está transformando la forma en que trabajamos, consumimos, nos comunicamos y aprendemos.
Según PwC (2023) se estima que la IA aportará 15,7 billones de dólares al PIB mundial en 2030, gracias al aumento de la productividad y a productos más personalizados. Para los consumidores, esto significa que las empresas podrán predecir nuestras preferencias, ofrecer servicios a medida y anticipar nuestras necesidades. Por ejemplo, un supermercado puede ajustar su stock en función de los hábitos de compra de su clientela, o una aplicación puede recomendar una dieta equilibrada basándose en nuestras rutinas y objetivos de salud.
Una carrera global por el liderazgo
El auge de la IA ha desatado una carrera internacional.
En este contexto, España —como veremos más adelante— se enfrenta al reto de no quedarse atrás, apostando por el talento digital, la inversión pública y una regulación que ponga al ciudadano en el centro del progreso tecnológico.
Beneficios y riesgos para el ciudadano
Para las personas consumidoras, la IA ofrece ventajas evidentes:
Pero también genera nuevos riesgos: pérdida de privacidad, manipulación mediante publicidad personalizada, o decisiones automáticas difíciles de entender y cuestionar. Un ejemplo cotidiano es cuando una plataforma de crédito rechaza una solicitud sin explicar por qué; detrás puede haber un algoritmo que considera cientos de variables invisibles para el consumidor.
La transparencia y el control de los datos son, por tanto, elementos esenciales para un uso responsable de la IA. En palabras de la OCDE (2023), la confianza ciudadana será “el recurso más valioso en la era de la inteligencia automatizada”.
La nueva economía del dato
En esta era digital, los datos se han convertido en el “nuevo petróleo”. Cada vez que usamos una app, pagamos con tarjeta o aceptamos una política de cookies, dejamos una huella digital que alimenta sistemas de IA. Estas tecnologías transforman esa información en conocimiento útil: predicen comportamientos, optimizan procesos y crean productos “inteligentes”.
Sin embargo, el poder que otorgan los datos también concentra el control en manos de unas pocas empresas globales. Por eso, organismos internacionales como la UNESCO (2023) y asociaciones de consumidores como ADICAE insisten en la necesidad de que la inteligencia artificial esté al servicio de la sociedad y no al revés, garantizando que los beneficios se distribuyan de manera equitativa.
La ola de la IA generativa
En 2022, la aparición de la IA generativa —capaz de crear textos, imágenes o vídeos de calidad humana— marcó un punto de inflexión. Herramientas como ChatGPT o DALL·E permitieron a millones de personas experimentar con la creatividad automatizada. Profesores, periodistas o diseñadores comenzaron a usarlas como apoyo, mientras que empresas y medios abrieron debates sobre su impacto en el empleo y la autoría.
Estas herramientas democratizan el acceso a la creación, pero también abren nuevos riesgos de desinformación, ya que los contenidos generados pueden ser falsos o manipulados. La UNESCO (2023) recomienda impulsar la alfabetización digital entre la ciudadanía para aprender a distinguir entre lo auténtico y lo artificial, y promover un uso ético y responsable de la tecnología.
Hacia una IA centrada en las personas
El auge global de la inteligencia artificial es, sin duda, una de las transformaciones más profundas de nuestro tiempo. Pero su éxito no dependerá solo del avance tecnológico, sino de la capacidad colectiva para poner a las personas en el centro: proteger sus derechos, garantizar la equidad y fomentar un consumo informado y consciente.
Como recuerda ADICAE, la IA puede ser una herramienta poderosa para mejorar la calidad de vida y promover la sostenibilidad, siempre que esté guiada por valores de transparencia, responsabilidad y justicia social.