Manual práctico de uso de la Inteligencia Artificial y sus aplicaciones en los distintos sectores de consumo
7.2. Hacia una economía del dato y la automatización cognitiva

Vivimos en una época donde los datos se han convertido en el recurso más valioso del planeta. Todo lo que hacemos —comprar, movernos, estudiar, comunicarnos— deja un rastro digital que, debidamente procesado, se traduce en conocimiento y poder económico. Esta realidad ha dado origen a lo que se conoce como economía del dato, una estructura en la que el valor ya no se mide por los bienes materiales, sino por la información que permite anticipar comportamientos y optimizar decisiones.
España no es ajena a este cambio. Empresas, administraciones y plataformas digitales utilizan cada vez más sistemas de automatización cognitiva, capaces de interpretar grandes volúmenes de datos y tomar decisiones sin intervención humana directa. Desde la detección de fraude financiero hasta la predicción del consumo energético o la gestión del tráfico urbano, la inteligencia artificial se ha convertido en el nuevo cerebro operativo de la economía moderna.
Sin embargo, esta revolución plantea preguntas cruciales: ¿a quién pertenecen realmente los datos? ¿Cómo se reparten los beneficios que generan? Y, sobre todo, ¿qué papel le queda al consumidor cuando su información se convierte en moneda de cambio? Hoy, muchos ciudadanos españoles participan de esta economía sin saberlo. Al usar redes sociales, aplicaciones de movilidad o servicios públicos digitalizados, están entregando un flujo constante de datos personales y conductuales. La promesa de eficiencia o comodidad oculta, a menudo, una asimetría de poder: las grandes corporaciones concentran la información, mientras los usuarios apenas tienen control sobre su uso o valor.
Esta concentración genera un riesgo democrático. En la medida en que los datos determinan precios, ofertas y decisiones políticas, la falta de transparencia puede derivar en una economía invisible pero determinante, donde los consumidores ya no eligen libremente, sino que son guiados por sistemas que aprenden de sus hábitos y los condicionan.
España necesita avanzar hacia un modelo de soberanía del dato, en el que los ciudadanos tengan derecho a conocer, gestionar y monetizar la información que generan. Iniciativas europeas como la Estrategia del Dato o el Espacio Europeo de Datos apuntan en esa dirección, pero su éxito dependerá de la capacidad nacional para construir infraestructuras éticas, interoperables y centradas en el usuario.
La automatización cognitiva también plantea desafíos en el empleo y en la participación ciudadana. Cuando las decisiones se delegan a algoritmos, existe el riesgo de que las instituciones y empresas pierdan contacto con la realidad humana. El futuro no debe ser una economía dirigida por máquinas, sino una en la que los datos sirvan para fortalecer la inteligencia colectiva, no para sustituirla.
En última instancia, la economía del dato solo será justa si reconoce el valor del ciudadano no como producto, sino como protagonista. El reto está en pasar de ser objeto de análisis a ser sujeto de decisión: de que nuestros datos trabajen para nosotros, y no al revés.