Manual práctico de uso de la Inteligencia Artificial y sus aplicaciones en los distintos sectores de consumo
2.1. Concepto y evolución histórica

Tras explorar cómo la inteligencia artificial ya está presente en los distintos sectores de la economía española, conviene dar un paso atrás y entender qué es realmente esta tecnología y cómo ha llegado a ocupar un lugar tan importante en nuestras vidas. Comprender sus orígenes, sus etapas y la forma en que la sociedad ha reaccionado ante ella nos ayudará a mirar el futuro con una visión más crítica y responsable.
¿Qué entendemos por inteligencia artificial?
La inteligencia artificial (IA) es la capacidad de una máquina o sistema informático para realizar tareas que normalmente requieren inteligencia humana, como reconocer imágenes, entender el lenguaje, aprender de la experiencia o tomar decisiones.
Aunque hoy la usamos casi sin darnos cuenta —al pedirle a un asistente digital que ponga música, al recibir una recomendación de compra en línea o al usar el GPS para evitar el tráfico—, la IA tiene una historia larga y llena de altibajos.
En esencia, la IA busca imitar ciertas formas de razonamiento humano, pero sin pretender “sentir” o “pensar” como una persona. Su evolución ha sido fruto del trabajo de científicos, ingenieros y, en los últimos años, también de la colaboración entre empresas, gobiernos y consumidores que exigen productos más inteligentes y personalizados.
Etapa 1: Los inicios (1950–1970)
Los primeros pasos de la inteligencia artificial se dieron en un contexto de entusiasmo científico tras la Segunda Guerra Mundial. Investigadores como Alan Turing o John McCarthy imaginaron que los ordenadores podrían llegar a “pensar”. Nacieron los primeros programas capaces de resolver problemas matemáticos o jugar al ajedrez, símbolos de la capacidad lógica humana.
En España, la IA era aún un campo lejano, reservado a laboratorios y universidades, pero la idea de que las máquinas pudieran aprender empezaba a generar fascinación. Para la ciudadanía de aquel entonces, estos avances parecían ciencia ficción. La inteligencia artificial despertaba curiosidad y esperanza, aunque su impacto real era mínimo fuera del ámbito académico.
Etapa 2: De la automatización a la esperanza (1980–1990)
En los años ochenta, la IA empezó a asociarse con la automatización industrial y los sistemas expertos. Eran programas capaces de tomar decisiones en campos específicos, como la medicina o la ingeniería. En España, comenzaron los primeros proyectos de digitalización en bancos y administraciones públicas.
Sin embargo, el entusiasmo inicial se frenó. Las expectativas eran demasiado altas para la capacidad tecnológica de la época. Muchas promesas no se cumplieron, lo que provocó un “invierno de la IA”: una etapa de desilusión y reducción de inversiones.
Para los consumidores, la inteligencia artificial seguía siendo un concepto distante. Se percibía como una herramienta de empresas o gobiernos, sin relación con la vida diaria. Aun así, se sembraron las bases de lo que décadas después permitiría la revolución digital.
Etapa 3: El aprendizaje automático y el internet de los datos (2000–2010)
Con la llegada de internet y el auge de los datos digitales, la inteligencia artificial renació bajo un nuevo enfoque: el aprendizaje automático (machine learning). Las máquinas ya no necesitaban que los humanos les dijeran exactamente qué hacer: podían aprender patrones a partir de los datos.
En España, este periodo coincidió con la expansión del comercio electrónico, la banca en línea y los primeros teléfonos inteligentes. De pronto, la IA empezó a colarse en la vida cotidiana: en los correos de spam filtrados automáticamente, en los buscadores que adivinaban lo que queríamos escribir o en los sistemas de recomendación de música y películas.
Para los consumidores, la IA comenzó a ser algo útil, casi invisible. Su percepción pasó de la curiosidad a la confianza silenciosa: confiábamos en que los sistemas funcionaran, aunque pocos comprendían cómo lo hacían.
Etapa 4: La revolución del deep learning (2010–2020)
Esta década marcó el salto definitivo. Gracias al aumento de la potencia de cálculo y a la disponibilidad masiva de datos, surgió el deep learning, una técnica que utiliza redes neuronales inspiradas en el cerebro humano. La IA empezó a reconocer rostros, traducir textos, conducir vehículos y crear contenidos visuales.
En España, empresas como BBVA, Telefónica o Inditex comenzaron a aplicar IA para optimizar operaciones y personalizar servicios. Los consumidores empezamos a hablar con chatbots, usar asistentes de voz y experimentar la comodidad de recomendaciones “a medida”.
Pero también surgieron las primeras preocupaciones: la pérdida de privacidad, el uso de datos personales o el miedo a que las máquinas sustituyeran empleos humanos. La percepción pública se volvió ambivalente: fascinación y recelo a partes iguales.
Etapa 5: La era de la IA generativa (2020–2025)
En los últimos años, la inteligencia artificial ha dado un salto cualitativo. Ya no solo analiza o predice: crea. Los sistemas generativos —capaces de redactar textos, generar imágenes, componer música o incluso escribir código— han cambiado nuestra relación con la tecnología.
España no ha quedado atrás. Las universidades, las startups y los medios de comunicación experimentan con herramientas generativas. En los hogares, los consumidores usan IA para estudiar, trabajar o planificar sus gastos. Lo que antes era ciencia ficción ahora cabe en un teléfono móvil.
Sin embargo, este poder creativo también plantea nuevos retos éticos. La sociedad debate sobre la autoría, la desinformación y el impacto de estas tecnologías en la confianza y el empleo.
Hoy los consumidores vivimos una etapa de conciencia activa: sabemos que la IA nos acompaña y exigimos transparencia, control y responsabilidad.
El consumidor ante la nueva inteligencia
La historia de la inteligencia artificial no es solo la historia de las máquinas, sino también la de las personas que las diseñan, usan y regulan. Cada etapa ha estado marcada por la forma en que la sociedad ha entendido la relación entre lo humano y lo artificial.
En 2025, la IA se ha convertido en una aliada cotidiana. Pero su desarrollo plantea un desafío clave: cómo garantizar que sirva al bienestar colectivo y no solo a los intereses económicos. En este sentido, el papel del consumidor es decisivo. Un ciudadano informado, crítico y consciente puede exigir transparencia, proteger sus derechos digitales y participar activamente en la definición de un futuro más justo y sostenible.